INCENDIOS: PATRIMONIO DE NADIE, RESPONSABILIDAD DE TODOS
Hace ya cuatro veranos de la marea roja incendiaria de 2006.
Tenemos en Galicia una nueva “oleada” de incendios forestales de diferente magnitud y virulencia que dejan tras de sí un rastro de destrucción y de muerte. Nos encontramos en el mes de agosto de 2010 y leemos en los periódicos, escuchamos en los telediarios, vemos el humo a lo lejos o las llamas de un incendio de cerca. Una año más, el fuego se convierte en el centro de nuestras conversaciones con amigos, vecinos y familia. Un verano más hay que sumar a la catástrofe medioambiental la pérdida de vidas humanas. Un año más la indignación se hace presente, repetimos nuevamente que esto no puede ser, que no puede seguir así. Vendrán nuevos veranos acompañados de sequía y no podemos acostumbrarnos a otear el horizonte a la espera de observar nubes negras de desgracia y dejar que el viento haga incontrolable la situación hasta convertirla en una tragedia.
Los incendios son un problema que nos concierne a todos: ciudadanos, pueblos, Gobiernos, agentes de la seguridad y el orden, agentes forestales, agentes judiciales…Los incendios no son patrimonio de nadie, pero si responsabilidad de todos, por eso nos corresponde a nosotros encontrar la solución.
La acción criminal de los incendiarios que genere un riesgo para la naturaleza y para el ser humano no puede quedar impune. Pero, para que esto sea posible, tenemos que encontrar a los culpables. Digo tenemos, porque la encomiable labor de agentes forestales, policiales y judiciales no es suficiente. Encontrar a los terroristas incendiarios es una tarea que incumbe a toda la sociedad: del mismo modo que reaccionamos ante cualquier ataque terrorista o frente a la violencia, también debemos reaccionar ante los incendiarios porque ponen en peligro nuestras vidas, nuestro entorno y nuestro futuro.
La acción debe prevalecer sobre la indignación. Es necesario colaborar con las fuerzas policiales aportando cualquier dato que sirva para encontrar al terrorista incendiario. Nos excusamos de nuestra obligación de denunciar argumentando que los gallegos somos así: tan despistados que se nos caen las cerillas encendidas en el lugar equivocado; tan malvados que nos vengamos del vecino quemando el monte (que además del vecino es de todos). No vale callar, hay que señalar: en muchos sitios se sabe con nombre, apellidos y “alcume” quién quema el monte. Es una cuestión de vida o muerte. El miedo o la desconfianza no sirven como pretexto para evitar cumplir con nuestro deber como ciudadanos: ninguno de nosotros está exento de caer en las fauces de las llamas.
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